A los setenta años de
la Revolución del 20 de octubre de 1944
V Jacobo Árbenz
Guzmán, único militar digno de ser Presidente
Raul Molina
Jacobo
Árbenz fue el primer militar digno que dirigió el país y ha sido el único
militar que fue digno de ocupar la presidencia. De Castillo Armas a Otto Pérez,
ningún jefe militar de gobierno ha actuado de cara a su pueblo y la sangre ha
corrido sin cesar por ineptitud, autoritarismo y acciones represivas. ¡Ni un
militar más! Entrenados para matar, aplican la vía militar a los problemas del
país, como hoy hacen ante la violencia de grupos oscuros en San Juan Sacatepéquez. Fue diferente durante la Primavera
Democrática, cuando producto de más del 65% de los votos en favor de Árbenz,
Arévalo le pudo trasladar la banda presidencial en 1951, aun después de su “satanización”
por el gobierno de Estados Unidos, la Iglesia Católica, la oligarquía y sectores
medios que dieron la espalda a la Revolución.
En 1951,
los militares tenían palabra. Árbenz planteó al pueblo cuatro proyectos: la
carretera al Atlántico para quitar el monopolio de los ferrocarriles (IRCA); una
hidroeléctrica para romper el estrangulamiento de la empresa eléctrica
(extranjera); el puerto en Santo Tomás, para quitarse el yugo de la Compañía
Frutera en Puerto Barrios; y dar tierra ociosa a los campesinos como única
modalidad para cambiar las estructuras semi-feudales en el agro y pasar a un
capitalismo moderno. De 1951 a junio de 1954 cumplió su palabra y no dejó de
trabajar en esta dirección, pese a la tormenta organizada en su contra por
Washington. Los “hermanitos” Dulles, uno a cargo de la tenebrosa CIA y otro al
frente del Departamento de Estado, ligados ambos a la UFCO, movían sus
tentáculos para desestabilizar y, finalmente, derrocar no solamente a Árbenz
sino que a la Revolución de 1944. No eran los pocos “comunistas” en el gobierno
ni el resto de los 58 condenados a muerte por la CIA (documento desclasificado)
los que estaban en la mira, sino que la dignidad, independencia y soberanía del
país.
Sin duda la acción más definitoria e histórica
del segundo gobierno de la Revolución fue el Decreto 900, Ley de Reforma
Agraria. Por primera vez se reconocía que la tierra debía entregarse a quienes
la trabajaban: los campesinos (indígenas y ladinos pobres). En el resto del
mundo, reforma agraria ha significado el punto de partida para el desarrollo
capitalista; en Guatemala, debido al profundo racismo de los sectores
dominantes, fue motivo de la reacción brutal de 1954 en adelante e incluso se
excluyó ese término de los Acuerdos de Paz de 1996. No solamente no se da
tierra a los campesinos –no existe el Banco de Tierras exigido por los
Acuerdos—sino que se sigue arrebatando la poca tierra y los pocos recursos que
aún tienen los pueblos indígenas. Estamos en la era de la “reconquista” a los
ojos de los poderosos, con muertos pobres en los cuatro puntos cardinales.
Pérez puede todavía imitar a Árbenz. Para evitar el derramamiento de sangre,
Árbenz renunció (no se percató de que Estados Unidos nunca cumple su palabra).
Para empezar a parar el derramamiento de sangre hoy, Pérez debería renunciar al
igual que los otros militares que le acompañan en su desgobierno