4 de julio: tumbos en
la política exterior de Estados Unidos
Estados
Unidos llega a 239 años de vida independiente y “democracia representativa”—incompleta,
por no ser participativa. Comenzó como un aislado proyecto de federación; pero
pronto se convirtió en un nuevo imperio y actualmente se proyecta como policía
del mundo. La política exterior siempre ha sido bipartidista, es decir
representativa de los Republicanos y los Demócratas, por lo que no ha importado
si es Kennedy o Nixon en el gobierno o si es Obama o Bush. Hacia afuera los
intereses geopolíticos y económicos son los mismos: garantizarse la dominación.
Esta
política exterior está llena de contradicciones, con acciones distintas según región
y época, muchas veces debidas a circunstancias internas en Estados Unidos y la
disputa del gobierno entre los dos partidos. Por ejemplo, mientras que se
erigen muros y redes electrónicas y se aplican todo tipo de medidas represivas
para detener a los inmigrantes de Centroamérica y México, a todo cubano que
pone un pie en territorio estadounidense se le abren las puertas del país de
par en par.
Muchos
tampoco entienden la reciente acción de Obama de abrir relaciones con Cuba y
pedir que se termine el embargo, pese a que más de 190 países lo han exigido por
años en la Asamblea General de la ONU. Finalmente, se ha dado cuenta Estados
Unidos que el embargo es absurdo y que, aunque haya resistencia en los círculos
más conservadores del Congreso, ha
llegado el momento de quitarlo. Pero al tiempo que se toma esta medida positiva
y se trata de relajar, además, las tensiones entre Washington y Caracas, la CIA
y otros servicios secretos alimentan con recursos y asesoría la
desestabilización en Ecuador, Brasil y
Argentina. ¿Qué lleva a Washington a cometer errores garrafales, como dar golpe
de estado en Honduras o sostener a un gobierno colapsado como el de Otto Pérez?
La mayor
contradicción la tiene ahora Obama en Guatemala. Sabe que históricamente
Estados Unidos es responsable –y tendrá que dar cuentas en algún momento—de
cercenar la Primavera Democrática y convertirnos en “país de la eterna
represión”; sabe que un presidente Demócrata, cuya esposa busca ahora la
presidencia de Estados Unidos, pidió perdón a Guatemala por los muchos años de
políticas erradas; sabe que Pérez y compinches han llevado al país a la
“generalizada corrupción”; sabe que más del 84% de la población exige el retiro
de Pérez; sabe que la visa se le retirará no solamente a Pérez, sino que a su
esposa e hijos; sabe la montaña de recursos públicos que han trasladado a sus
corruptas manos; sabe que Pérez acusa falsamente a Estados Unidos en los foros
internacionales latinoamericanos de estarlo desestabilizando; sabe de lo que
fue capaz durante el conflicto armado interno; y sabe que seguir sosteniendo a
Pérez lo hará perder el voto latino en 2016, destruyendo con ello las ilusiones
de la Sra. Clinton. ¿Cómo se explican estas contradicciones? ¿Pésima asesoría
en la Casa Blanca y el Departamento de Estado? ¿Simple miopía? ¿O una ola de nuevos
contubernios imperiales con los sectores poderosos en América Latina?
Preguntemos a Robinson, con un plantón el 4 de julio, cuáles son sus razones.
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